Una de nuestras señas de identidad, reflejada en el Proyecto Educativo, es lograr para nuestro alumnado un entorno emocionalmente seguro, conscientes de la trascendencia que esto tiene en los procesos de aprendizaje y en el desarrollo de la persona. ¿Pero que es en realidad tener un Entorno emocionalmente seguro en la escuela? ¿Cómo se facilita? ¿De quién depende?
Reflejar la importancia de lo emocional en el aprendizaje y en un desarrollo saludable significa tomar decisiones como centro a varios niveles: estructural, organizativo y curricular.
Un entorno emocionalmente seguro facilita conocer y manejar las emociones propias y ajenas de una forma transversal y continuada. En todas las etapas educativas y para todas las capacidades. No se trata de una clase, de una asignatura, de verbalizarlas (que también). Las emociones no se explican, se sienten. Nos referimos a facilitar ese aprendizaje en las actividades cotidianas, sin reproches ni culpas. Hay emociones que nos ayudan y que nos hacen sentirnos bien y otras que complican la convivencia y nos hacen sentirnos peor. Pero solamente conociéndonos mejor podemos aprender a decidir y en último caso a actuar.
Una primera medida es observar y escuchar cada mañana lo que cada persona nos tiene que decir (o mostrar) sobre cómo está, cómo se encuentra, si está motivada o si puede afrontar el reto de aprender. Si ponemos a la persona en el centro del aprendizaje no podemos ignorar si descansó bien esa noche, si la alimentación fue correcta, si se encuentra bien o tiene algún dolor, disgusto o preocupación que le impida centrar la atención en lo que le proponemos. Escucharlas y poner en marcha mecanismos de ayuda o compensación conlleva cambios y decisiones que afectan a todo el centro. Hablamos por ejemplo de flexibilizar horarios y grupos, facilitar espacios abiertos, ejercicio físico, un lugar de descanso, una sala multisensorial, desayuno, apoyo del grupo, espacio para expresar o seguimiento por si fuesen situaciones que requieren coordinación con familia y agentes externos.
Pero además, un espacio emocionalmente seguro sabe diferenciar y abordar conductas con un origen emocional, que no son “para fastidiar” “para provocar” “para llamar la atención”. Son conductas que interfieren, que molestan y que pueden desencadenar mucho malestar en el entorno. Sino las entendemos y abordamos como lo que son: respuestas desproporcionadas a lo que sienten como amenaza, a un malestar interno, de origen emocional, entonces no nos podremos anticipar y ayudarles a cambiar, a mejorar y a gestionar.
En resumen, construir entornos seguros física y emocionalmente depende de todas las personas que formamos parte de la escuela. Sin olvidar que para crear y ofrecer hay que sentir que necesitamos ese entorno y que es positivo para todas las que convivimos en él, porque nos ayuda a aprender y a enseñar.